Somos padres de dos hijas que desde que nacieron fueron para nosotros un gran regalo de Dios, en el más amplio sentido de la palabra.
Siempre disfrutamos mucho con ellas. Las dos desde pequeñas han sido de carácter abierto, cantarinas y a la vez muy responsables. Dios nos llenaba todos nuestros días con su alegría por medio de nuestras hijas.
Pero el tiempo pasa y muy rápido, nuestra hija mayor se va a estudiar. Varios años después la pequeña y nuestra vida cambia mucho, se nos nubla. Vivimos en un pueblo pequeño y apartado y es un tiempo triste lleno de preocupaciones, pero Dios más que nunca era nuestra fuerza y nuestro apoyo, a Él y a María nuestra madre le pedimos su protección. Y aprendimos a vivir así, sin ellas, de otra forma, dándonos cuenta que no nos pertenecen a nosotros exclusivamente, que Él las creó por medio de nosotros con todo el amor, pero que ahora ellas tienen que vivir su vida y la tiene que vivir llevando su alegría y amor a Dios a otras gentes.
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