El Bautismo es quizá el sacramento más lleno de esperanza de todos. Sí, es una gran fuente de esperanza para los hombres en general, y los cristianos en particular.
¿Porqué es fuente de esperanza para los hombres en general? Todos los hombres sin excepción llevamos una cadena de imperfecciones, culpabilidades, desconfianzas, miedos, inseguridades, frustraciones, etc… Y la traemos ya escrita en nosotros mismos desde que nacemos. No nos podemos liberar de ella por nosotros mismos.
El Bautismo es una liberación de esta pesada cadena opresora. El agua del bautismo es el paso a una nueva forma de vivir. No nos va a ir mejor, ni van a cambiar nuestras condiciones objetivas y prácticas de vida, lo que sí cambia es la forma de vivir y el horizonte. Y anula el peso de esa cadena, de forma que podamos caminar con la certeza de que nos acompaña la Misericordia Divina hecha hombre: El Señor Jesús. Así pues, todos los hombres están llamados por Dios a recibir esta liberación.
Para los cristianos el Bautismo es fuente y sacramento de esperanza porque se incorporan nuevos hermanos a la Iglesia. El tener nuevos miembros siempre es motivo de alegría en cualquier grupo de personas, porque significa que crece y que entra sangre nueva. Pero para nosotros es más que eso, ya que los ya bautizados (sobre todo padres y padrinos) tienen la suerte y la responsabilidad de poder transmitir la fe a los catecúmenos. Esta misión de entrega y de compartir y vivir la fe con los nuevos cristianos es en sí misma generadora de esperanza, pues a la vez que la transmitimos la renovamos y la fortalecemos.
Para los que se bautizan es motivo de esperanza pues caminarán con otros que les han precedido, y que les regalan el don de la fe. Esta cadena de transmisión de la fe –contrapuesta a la descrita más arriba- tiene su origen en Dios mismo que se revela, su primer eslabón es la Virgen María (por quien llegó la Salvación al mundo), y no se acaba nunca, porque se prolonga en nosotros y con los que ya han muerto en la misericordia de Dios. En esto consiste la comunión de los santos, en que dándonos testimonio recíproco del Señor crecemos todos juntos en la fe. En esta cadena de transmisión de fe actúa continuamente el Señor, y no es más que una reedición o continuación del milagro de la multiplicación de los panes y los peces. En lugar de multiplicarse alimentos materiales, en esta cadena se multiplican gracias y dones del Espíritu Santo.
Por el Bautismo Dios nos regala la fe, vivida con los demás y que nos conduce a nuestro más preciado bien y nuestra esencia: adorarle y contemplarle.
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